Feudos - vs - Gobierno (Tercera Parte)

Romeo González Medrano | | marzo 6, 2013 at 10:39 PM

DESPERTAR A TIEMPO

Por: Romeo González Medrano

FEUDOS -VS – GOBIERNO
(Tercera Parte)

• La “pluralidad de gabinetes” refleja inclusión que abona consenso al gobernante aunque también mayores resistencias a la articulación de acciones y la coordinación transversal.

• En el reino de los feudos burocráticos, la cultura de equipo es inexistente. Nunca practica la autocritica y, la crítica o la sugerencia, se considera ataque o declaración de guerra.

• Ahogada la diferencia interna se bloquea la creatividad y, la mejora continua, se queda en autoelogio.

• Los que se dedican a “llevar agua a su molino” en realidad debilitan al único depositario del poder popular.

Hablar de “eficacia” del Estado Mexicano es referirse a una demanda permanente de la sociedad y, además, siempre en asenso. No es casual que en respuesta a ese consenso, la propuesta central de campaña de Enrique Peña Nieto como de los demás contendientes por la presidencia- haya sido precisamente la de lograr un Gobierno Eficaz con capacidad de respuesta a las demandas sociales.

En las últimas décadas los gobiernos de México han ofrecido todo tipo de modelos de administración, programas de modernización de la gestión pública y reestructuración de los aparatos bajo el supuesto de que los cambios dotarían a la administración pública de la eficacia de que ha carecido.

Por ejemplo, la reforma administrativa en tiempos del maestro Alejandro Carrillo Castro con el Ex Presidente José López Portillo, el Sistema Nacional de Planeación Democrática a partir del ex Presidente Miguel de la Madrid, la modernización de la gestión pública con el Ex Presidente Vicente Fox y Felipe Calderón. Una constante a lo largo de esos gobiernos fue la llamada “coordinación interinstitucional”, fórmula mágica aplicada sin éxito comprobado.

Otra más ha sido la creación de “gabinetes”, un esquema de frutos precarios. Más eficaz han sido los grupos de poder tras el poder del Presidente o de súper asesores mientras que los llamados “gabinetes” no han pasado de ser mera distribución formal de funciones del poder ejecutivo, más pretencioso que real porque su clasificación supone grados de racionalidad y organización multisectorial nunca alcanzados. No hay pruebas de que la “pluralidad” abone eficacia a la función pública aunque sí mayores resistencias a la coordinación transversal.

Si aun entre correligionarios no hay cultura de equipo, menos la hay entre funcionarios de diversas procedencias partidarias. En detrimento de la calidad en la función pública a que tiene derecho la sociedad, la cooperación entre funcionarios tiene tinte de “favor” y no de obligación institucional. Bajo esta dinámica las áreas de los sectores presentan graves problemas de operación ya que sus titulares en lugar de comprometer su mejor esfuerzo con el gobierno como unidad política, únicamente lo hacen con los su “logros sectoriales” y con lo que “les proyecte” a su siguiente meta personal.

Hasta ahora, todos los intentos “refuncionalizadores” de las instituciones del Estado han sucumbido ante intereses y necesidades del sistema político. Los organigramas, las líneas de mando o de coordinación entre dependencias y ámbitos de gobierno, como los nombramientos o cambios de funcionarios, no responden a necesidades derivadas de la ejecución de las políticas públicas o del desarrollo de la organización administrativa sino a necesidades de la movilidad de los cuadros del sistema de representación política o sea, los reacomodos se derivan de la permanente disputa por el poder político a través de los numerosos y frecuentes eventos del calendario electoral.

Los funcionarios de mandos medios o superiores no son designados o removidos atendiendo a sus aptitudes, experiencia y carrera administrativa sino a su carrera política y casi siempre personal o de grupo con predominio de relaciones, compromisos, aspiraciones frente a lo cual, lo que menos interesa es la racionalidad administrativa, el buen desempeño y la entrega de resultados.

Al respecto y en aras de la unidad, del equilibrio y la representatividad, los gobernantes suelen incorporar a sus equipos de trabajo a políticos que no toman sana distancia ni de sus grupos de origen ni de sus metas personales, como debe caracterizar el comportamiento institucional.

Cuando la preservación de tales vínculos sirve para llevar agua a su molino en lugar de entregarse por completo al desempeño de su trabajo, en realidad debilitan al único depositario del poder popular – sea el Presidente de la República o algún gobernador - aunque de boca para afuera los funcionarios se den golpes de pecho de lealtad al jefe.

Todo mundo sabe que “su molino” es su proyecto personal o de grupo antepuesto al proyecto del gobernante cuyo poder político se ve menguado ante la apropiación personal de la plusvalía política sectorizada.

En el reino de los feudos, la cultura de equipo es inexistente. Los “equipos” de gobierno nunca practican la autocritica y la menor de las críticas se considera ataque o declaración de guerra. Ahogada la expresión de diferencias internas, se bloquea la creatividad y la mejora continua se vuelve autoelogio. Entre dificultad para autogobernarse y las presiones de los acelerados las discrepancias internas se “ventilan” a través de acciones mediáticas o columnas financiadas con “fuego amigo”. Se habla del caso de un gobernador que disfrutaba este tipo de “dialogo”.

¿Cuántos grupos están representados en un ayuntamiento? ¿Cuántos en un gobierno federal o de una entidad federativa? Los que sean, el efecto es el mismo: deterioro fragmentación y debilitamiento del poder institucional del gobernante en turno. ¿Cuántos funcionarios ni abren sus maletas porque su estancia en un cargo tiene calendario político personal? ¿Cuántos otros desatienden solicitudes porque no son de cacareo exclusivo? ¿Eso es trabajar en equipo? ¿A esto se puede llamar lealtad política e institucional? La falta de una cultura política en los servidores públicos es reflejo de atraso incompatible con un gobierno eficaz.

El chapulinismo está hoy convertido en una plaga y, por todo el daño que ocasiona es otra forma de corrupción que demanda un fuerte manotazo que lo frene o le ponga condiciones que salvaguarden el interés público antes que el privado o personal. Bajo el disfraz de la “libertad personal”, lo que se ha propiciado es la estampida y el abandono de responsabilidades. En el fondo, este problema refleja falta desarrollo político y desarrollo institucional del Estado Mexicano. Con todo el daño que esto ocasiona.


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