Desigualdad: precio y consecuencias

Rafael Arias Hernández | | abril 17, 2013 at 7:12 AM

Mutatis mutandis.

DESIGUALDAD: PRECIO Y CONSECUENCIAS

Por Rafael Arias Hernández

Ancestral y conocido. El problema es el de siempre ¿Por qué no se atienden causas y orígenes? ¿Por qué sólo se pone atención y medio se enfrentan algunas de sus consecuencias o efectos?
De los gobiernos y sus políticas públicas, ¿qué otra cosa se puede esperar?
Método simple y repetido, pero no aprendido. Hacerlo lento, lo más lento y caro posible. Poco a poquito. Por encimita, para cambiar pero que todo siga igual.
¿Y de nosotros?
El público, la sociedad y el ciudadano, casi siempre espectador, pasivo y comprensivo, que al final paga y padece la mayor parte de las consecuencias.
De ahí, que también es tiempo de preguntarnos. ¿Hasta dónde y hasta cuándo la adicción al espectáculo, la distracción y el entretenimiento como evasión y escape? ¿Es conveniente, individual y colectivamente, permanecer en el desinterés, el conformismo y la inactividad, frente a los males que aumentan y los problemas que se complican y multiplican?
Efecto o resultado notorio y comprobable, es que “al dejar hacer y dejar pasar”, a la pobreza y miseria, hay que agregar victimados y hambrientos y pronto condenados y sedientos.
A la ineficiencia, ahora se le acompaña con creciente delincuencia, sobretodo gubernamental.
Y al disimulo y la complicidad, la escandalosa impunidad.
DESIGUALDAD EXTREMA Y CRECIENTE.
Se comete el error, lo demás es consecuencia.
La avasallante presencia de la avaricia y la opulencia. El precio de la exageración en la concentración de la riqueza es la proliferación de la pobreza.
Limitaciones y sacrificios, desesperanza y sufrimiento. Eso es lo que viven y padecen, millones y millones de seres humanos, aquí y en todas partes.
El pequeño gran detalle; la notoria y gran diferencia es que, entre nosotros, se encuentran ricos de los más ricos y, de ellos, el más rico del planeta. Como resultado, ya son casi 60 millones de pobres que poco o nada tienen excepto prohibiciones y restricciones, exclusiones y falta de oportunidades reales.
Desigualdad tan ofensiva como notoria que, a pesar de su presencia y crecimiento, no se enfrenta y atiende oportuna y eficientemente por los diversos ámbitos de gobierno.
Más bien, por el contrario se alienta y protege, se favorece y fortalece con favores, ventajas y selectas oportunidades; con privilegios, excepciones, subsidios, rescates y estímulos especiales. Con soportadas evasiones y establecidas elusiones.
Dice el economista norteamericano y premio nobel, Joseph Stiglitz: “Tal vez no sería tan malo si hubiera aunque sea un gramo de verdad en la teoría del derrame…” Esto es, la conocida y “peculiar idea de que enriquecer a los de arriba redunda en beneficio de todos…” (El País. 17.06.12)
De ahí que el problema se extienda generación tras generación, hasta pretender convertirse en un destino obligado, en una condición de supervivencia más allá de los contados y excepcionales casos de personas, que logran remontar y superar condiciones y situaciones inundadas o caracterizadas de privaciones, limitaciones y sacrificios. Casos contados, excepciones.
La cuestión es que esa conocida y padecida polarización o radicalización de la desigualdad, hace y seguirá haciendo a pocos y contados exageradamente ricos, a costa de demasiados pobres, miserables y hambrientos.
Frente a este innegable e ineludible situación, se han levantado y levantan murallas de incomprensión del problema; paredes de negación y minimización; y cortinas de humo de entretenimiento, distracción y enajenación. Como la exagerada y convenenciera filantropía; la teatral, presumida y ostentosa caridad pública; y el promovido asistencialismo de inmediatez discrecional, manipulable y condicionable, que mas que todo sirven para auto promocionarse y darse golpes de pecho.
Notoria y ampliamente conocidas las estrategias, tácticas y habilidades que se sostienen y extienden, para complicar y posponer la solución de los múltiples problemas y consecuencias que causa la desigualdad extrema.
Evidente cada vez más, el interés, la manipulación y el ocultamiento que fortalecen su presencia, incremento y complejidad. Incluso se llega al absurdo de exagerar, al asegurar que de lo que se trata es de empobrecer a los ricos, para empobrecer a todos.
El caso es que hasta hoy, los múltiples problemas que ocasiona, la multicitada desigualdad extrema, no sólo no se resuelven, aminoran o contienen. La profecía simplemente se cumple y los ricos son más ricos, mientras los pobres son más pobres… hasta que la muerte los libera.
¿Dónde están los responsables, de estar como estamos? Un largo silencio y un notorio vacio, caracterizan a gran parte de los medios de comunicación, a redactores y locutores, a investigadores y docentes, a formadores de opinión y a quienes, consciente o inconscientemente, lo mismo sostienen y fomentan opacidad y simulación, exageración y negación, culpabilidad e impunidad. Todo lo que sostenga y aliente la polarización extrema.
A ese silencio sigue el ruido estridente y la confusión fomentada por la noticia escandalosa, que a unos días se apaga, porque casi todos, pasamos de espectadores pasivos a cómplices inactivos. Simplemente no hacemos nada, excepto fomentar la conducta irresponsable y hasta delictiva de innumerables servidores públicos, convertidos en ejemplares delincuentes gubernamentales.
Al fin y al cabo, como se sabe, aquí todo es posible, hasta lo correcto.
ASI, NI VAMOS BIEN, NI VIENE LO MEJOR.
Una y otra vez la realidad, los hechos muestran y demuestran que tanto desigualdad, como injusticia y sacrificios, han caracterizado y caracterizan al sistema o modelo de desarrollo. Que estas y otras particularidades, constituyen serios y, hasta hoy, insuperados obstáculos al crecimiento económico, el desarrollo sustentable y el bienestar humano y social.
Ante lo evidente hay que insistir y repetir la importancia de ir a fondo, de atacar causas y modificar condiciones desde los orígenes. Para no repetir errores, vicios y fracasos. Más de lo mismo, propicia lo mismo o peor.
Hay que empezar exigiendo responsabilidad, honestidad y resultados positivos a todo servidor público. Desde el Presidente de la República, hasta el más modesto de los funcionarios y empleados.
Pero ante todo, hay que exigirles a todos y cada uno sin excepción, puntual y eficazmente, el cumplimiento de la ley, empezando desde luego, por y cada uno de los servidores públicos, ya que ellos, además, están obligados a cumplir y hacer cumplir las normas vigentes.
Y, desde luego, exigir la actualización, modernización y fortalecimiento del Estado de Derecho y sus instituciones. Cambiar para mejorar y no para seguir igual, o empeorar.
De ahí que las reformas tengan que ser estudiadas, analizadas y discutidas ampliamente, pero sobre todo aplicadas, orientadas y pensadas en el interés, atención, protección y beneficio de las mayorías, de la convivencia civilizada y de la solución pacífica de los problemas y conflictos resultado de la interacción social.
Políticos y políticas públicas que distingan claramente lo importante de lo intrascendente. Lo básico e imprescindible de lo accesorio y superficial. Lo postergable, diferible o aplazable, de lo inmediato, apremiante y urgente.
No a la kakistocracia de siempre, la de la simulación y el entretenimiento. La de las ocurrencias y disparates con cargo al presupuesto. La de la mentira, la distorsión y el engaño. La del disimulo y la complicidad, la ineficiencia y la impunidad. La de los errores y los horrores, de las pérdidas y los fracasos. La de la opacidad y la simulada rendición de cuentas. La del costoso autoelogio y la cara autopromoción, con uso y abuso de recursos públicos.
Reformar para innovar, no para descubrir el agua tibia o inventar el hilo negro.


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