Acapulco en el jardín

Atticuss Licona | Tiempo de Veracruz | abril 14, 2011 at 7:51 PM

DIARIO ÍNTIMO

Por Atticuss Licona

Acapulco en el jardín

Si todo sale bien y no se me atraviesa una horda de manifestantes violentos del SME, este fin de semana lo ocuparé para recrear la belleza del “Acapulco en la azotea”. Y no, no me refiero a armar una escena del viejo Chicago con balazos y persecusiones y granadazos y toda la parafernalia de la década de los 20′s y 30′s como desafortunadamente ya se está acostumbrando en ese Acapulco de María Bonita, María del Alma. No. Más bien me refiero al Acapulco de los Beverly de Peralvillo.

Si Dios me presta vida me lanzaré a algún centro comercial a comprar una de esas alberquitas inflables que por estas fechas se venden como café de Starbucks. Quiero hacer el experimento y comprobar si el Paquito se mete o no se mete al agua. Yo espero que sí porque al pobrecito nomás lo veo bufar y resoplar del calor que se cierne en los cuartos de mi casa. Lo que estoy decidiendo es si vale la pena comprar una alberca de esas quitaypon del súper o mejor invertirle un poco más y conseguir una en una tienda deportiva de alguna marca reconocida. La diferencia seguramente serán varios cientos de pesos, pero ya estoy chocado de los plásticos que en el primer verano se agujeran y que luego no sirven más que para hacer estorbo debajo de la batea, porque hasta para esos somos simpáticos los tenochtitlanescos, nos encanta guardar la basura y las cosas que aunque ya no sirvan… las tenemos allí, por si algún día se presenta la oportunidad de volverlas a la vida mediante algún embrujo mushe.

Está de más decir que ya conseguí los pañales acuáticos, de los que absorben lo de adentro pero no dejan entrar lo de afuera, siendo que ese sistema de absorción-repulsión, me sigue resultando todo un misterio más grande aún, que el de las piedritas de singular tamaño que amanecen en los tapetes de los autos. Que ¿cómo llegan allí esas piedritas? No tengo la menor idea, el caso es casi siempre amanecen cuando menos una o dos piedritas de un tamaño lo suficientemente grandes como para ser imposible que las haya metido el viento; ¿y entre las comisuras de los zapatos? Ni pensarlo señor señora mía, si uso suelas lisas de piel, odio el plástico y los zapatitos de goma.

Para estas alturas los mareados tenochas ya nos tragamos cualquier cosa y cualquier misterio que antes se resolvía con la ayuda de la diosa Tonantzin ahora nos lo comemos con pan tostado y mantequilla. Que dicen que falló el Renaut… nos la creemos y no vacilamos en aceptar que el problema estuvo desde el diseño mismo del programa y ahora mejor, en lugar de ese Registro Celular, van a implementar un programa para rastrear el teléfono y no los nombres de los usuarios. No, no, no… si cuando dicen a hacer tarugadas aquí en México nos podemos llevar cualquier medalla olímpica. Resulta que el famoso registro no estuvo bien concebido porque: ¡los maleantes no daban su nombre real en los registros de los teléfonos que usaban para la extorsión y los secuestros, y que por eso es que hubo miles de teléfonos registrados a nombre de Felipe Calderón, Cuauhtémoc Blanco y Paquita la del Barrio! Este tipo de barrabasadas son las que dejan a uno pensando en los misterios más chirris pues si se resuelven los pequeños de alguna forma se tendrán que resolver los más complejos. Si alguna vez resolvemos el misterio de los pañales duales y el misterio de las piedritas en los tapetes de los autos, también seguramente llegaremos a resolver el misterio de la ingenuidad de las autoridades que esperaban que los maleantes obraran de buena fe y que registraran sus celulares a sus nombres. Porque si no se le puede reclamar a esos distinguidos funcionarios que invirtieron cientos de millones de pesos en un Programa que no sirvió, entonces tendríamos que poder reclamarle a Juanito el Ratafuerte o a Daniel el Extorsionador, por no portarse como súpermachos y no registrar su celular.

Supuestamente ahora lo que localizarán las autoridades serán los teléfonos y no los chips ni los nombres, y, según, esta “alma” del teléfono es “imposible” de violar. Veremos cuánto tiempo pasa antes de que en Tepito o en el Eje Central se vendan celulares inrastreables. Yo lo invito a que mejor nos despreocupemos de eso y si usted gusta, póngase su traje de baño y acompáñeme en mi “Acapulco en la azotea” que más bien será “Acapulco en el jardín” porque si me subo a la azotea no respondo.

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